LA SERPIENTE DE LA PERCEPCIÓN
Por Emilio Sánchez
La percepción es tal vez la serpiente más venenosa de todas. Agarra a sus víctimas apenas las ve y les envenena la cabeza, contaminándola de malas ideas y de suciedad intelectual. Sin embargo, no nos damos cuenta de lo que nos ha pasado hasta que una circunstancia que no depende de nosotros hace que la matemos y que nos deshagamos de ella. Eso me ocurrió ayer en el bar Baretto del Hotel Fasano en Sao Paulo, Brasil.
El bar Baretto es un bar conocido por su enfoque musical. Solamente se puede tocar bossa nova y jazz, mis dos géneros favoritos. Hace más de un año que voy a este bar para escuchar esa música. Me gustaba particularmente una cantante que hace poco tuvo que irse. Sin embargo, siempre me decía que su jefe, un pianista ya de edad avanzada, era malgeniado y que no le permitía hacer muchas cosas. Obviamente yo también pensé que era un neurótico. Nunca lo vi sonreír. Nunca…hasta ayer en la noche.
Llegué al Baretto con mi padre, un amigo, y con la intención de “ver tocar al neurótico”, porque aunque considerábamos que era un amargado, también pensábamos que es un gran pianista. Estaba tocando un trío que no era el suyo. Sin embargo, no tardó en entrar “el viejito” como le decíamos. Veíamos que su cara de amargura estaba peor que nunca. El gran guitarrista y cantautor Toquinho había hecho el show central de la noche. Pensábamos que tal vez por no ser el artista principal era que estaba tan amargado. Sin embargo, estábamos equivocados, muy equivocados.
Pronto, el hombre llamó a su bajista y a su baterista, que se parece mucho al gran poeta Vinícius De Moraes. Comenzaron a tocar. Mucha bossa nova, mucho jazz de grandes compositores como Cole Porter, los hermanos George y Ira Gershwin, Richard Rodgers y Lorenz Hart, y finalmente un tango que seguramente era del gran Astor Piazzolla, uno de nuestros mayores ídolos. Debo añadir que mi padre también vino anoche al Baretto para “ponerle la mano” pues nuestra amiga del año pasado ya no cantaba aquí y había sido despedida, algo que creíamos que había sido idea de él. Sin embargo, después de oír el tango, terminó felicitándolo y por primera vez, vimos al hombre sonreír. Lo invitamos a un trago, pero no toma, no fuma, solamente toca, y lo hace de una manera que cualquiera envidiaría. Nos contó que lleva veinticuatro años tocando en el Baretto. Es allí que yo pensé por qué realmente nunca lo habíamos visto sonreír: en un bar como ese, la soledad para cualquier músico, por grande y talentoso que sea, debe ser muy grande pues nadie viene allí a oírlo, y por ende nadie le da el reconocimiento que se merece. Como alguna vez dijo Andrés Cabas, los pianistas de hotel entrelazan las canciones porque saben que al final no van a recibir ni un solo aplauso. Por eso es que tal vez nuestro pianista no ha conocido la fama que merece tener. Mario Edison. Para el lector, ese nombre seguramente no significa nada. Pero para mí, Mario Edison es el nombre del gran pianista a quien le preguntamos muchas cosas. Sin embargo, una respuesta inesperada fue la que nos dio cuando le preguntamos a quién le gusta oír: “No oigo a nadie. Admiro a varios compositores, pero no oigo nada para no tener ninguna influencia:” ¡Qué manera tan inteligente de desarrollar un estilo propio! Finalmente, tal vez lo que más me conmovió fue su respuesta al preguntarle yo qué pensaba del gran compositor de Bahía Dorival Caymmi. En vez de decir “me gusta”, llamó a los demás integrantes del trío, se sentó en el piano y me tocó una de sus mejores canciones, “Saudade Da Bahia”, seguida por una aún mejor, la inmortal “Sábado Em Copacabana”. Me hizo sentir un sentimiento que había sentido antes pero es uno de los mejores que he sentido en mi vida, uno que viene cada vez que voy a Brasil o que escucho música brasileña, para mí tal vez la más linda del mundo. Es un sentimiento que me dice “estás en casa, tú perteneces a este lugar y este lugar a ti”. No sabía qué había hecho para provocar tal reacción por parte de Edison, pero mi padre se volteó y me dijo “Eso significa que te respeta.” Esa tal vez fue la mejor conclusión que saqué esa noche,
Hoy, a eso de las siete de la noche, he bajado al lobby del hotel. Me concentro oyendo lo que me dice la recepcionista, cuando de pronto he sentido una mano en mi hombro. Es la de Mario Edison, quien me dice que me espera esta noche en el bar. Le prometo que iré. Sin embargo, esta noche no “veré tocar al neurótico” sino a Mario Edison, aquel hombre a quien alguna vez tuve la honra de hacerle feliz, muy feliz. Ahora la serpiente de la percepción se ha alejado y parece que no me volverá a morder.
Por Emilio Sánchez
La percepción es tal vez la serpiente más venenosa de todas. Agarra a sus víctimas apenas las ve y les envenena la cabeza, contaminándola de malas ideas y de suciedad intelectual. Sin embargo, no nos damos cuenta de lo que nos ha pasado hasta que una circunstancia que no depende de nosotros hace que la matemos y que nos deshagamos de ella. Eso me ocurrió ayer en el bar Baretto del Hotel Fasano en Sao Paulo, Brasil.
El bar Baretto es un bar conocido por su enfoque musical. Solamente se puede tocar bossa nova y jazz, mis dos géneros favoritos. Hace más de un año que voy a este bar para escuchar esa música. Me gustaba particularmente una cantante que hace poco tuvo que irse. Sin embargo, siempre me decía que su jefe, un pianista ya de edad avanzada, era malgeniado y que no le permitía hacer muchas cosas. Obviamente yo también pensé que era un neurótico. Nunca lo vi sonreír. Nunca…hasta ayer en la noche.
Llegué al Baretto con mi padre, un amigo, y con la intención de “ver tocar al neurótico”, porque aunque considerábamos que era un amargado, también pensábamos que es un gran pianista. Estaba tocando un trío que no era el suyo. Sin embargo, no tardó en entrar “el viejito” como le decíamos. Veíamos que su cara de amargura estaba peor que nunca. El gran guitarrista y cantautor Toquinho había hecho el show central de la noche. Pensábamos que tal vez por no ser el artista principal era que estaba tan amargado. Sin embargo, estábamos equivocados, muy equivocados.
Pronto, el hombre llamó a su bajista y a su baterista, que se parece mucho al gran poeta Vinícius De Moraes. Comenzaron a tocar. Mucha bossa nova, mucho jazz de grandes compositores como Cole Porter, los hermanos George y Ira Gershwin, Richard Rodgers y Lorenz Hart, y finalmente un tango que seguramente era del gran Astor Piazzolla, uno de nuestros mayores ídolos. Debo añadir que mi padre también vino anoche al Baretto para “ponerle la mano” pues nuestra amiga del año pasado ya no cantaba aquí y había sido despedida, algo que creíamos que había sido idea de él. Sin embargo, después de oír el tango, terminó felicitándolo y por primera vez, vimos al hombre sonreír. Lo invitamos a un trago, pero no toma, no fuma, solamente toca, y lo hace de una manera que cualquiera envidiaría. Nos contó que lleva veinticuatro años tocando en el Baretto. Es allí que yo pensé por qué realmente nunca lo habíamos visto sonreír: en un bar como ese, la soledad para cualquier músico, por grande y talentoso que sea, debe ser muy grande pues nadie viene allí a oírlo, y por ende nadie le da el reconocimiento que se merece. Como alguna vez dijo Andrés Cabas, los pianistas de hotel entrelazan las canciones porque saben que al final no van a recibir ni un solo aplauso. Por eso es que tal vez nuestro pianista no ha conocido la fama que merece tener. Mario Edison. Para el lector, ese nombre seguramente no significa nada. Pero para mí, Mario Edison es el nombre del gran pianista a quien le preguntamos muchas cosas. Sin embargo, una respuesta inesperada fue la que nos dio cuando le preguntamos a quién le gusta oír: “No oigo a nadie. Admiro a varios compositores, pero no oigo nada para no tener ninguna influencia:” ¡Qué manera tan inteligente de desarrollar un estilo propio! Finalmente, tal vez lo que más me conmovió fue su respuesta al preguntarle yo qué pensaba del gran compositor de Bahía Dorival Caymmi. En vez de decir “me gusta”, llamó a los demás integrantes del trío, se sentó en el piano y me tocó una de sus mejores canciones, “Saudade Da Bahia”, seguida por una aún mejor, la inmortal “Sábado Em Copacabana”. Me hizo sentir un sentimiento que había sentido antes pero es uno de los mejores que he sentido en mi vida, uno que viene cada vez que voy a Brasil o que escucho música brasileña, para mí tal vez la más linda del mundo. Es un sentimiento que me dice “estás en casa, tú perteneces a este lugar y este lugar a ti”. No sabía qué había hecho para provocar tal reacción por parte de Edison, pero mi padre se volteó y me dijo “Eso significa que te respeta.” Esa tal vez fue la mejor conclusión que saqué esa noche,
Hoy, a eso de las siete de la noche, he bajado al lobby del hotel. Me concentro oyendo lo que me dice la recepcionista, cuando de pronto he sentido una mano en mi hombro. Es la de Mario Edison, quien me dice que me espera esta noche en el bar. Le prometo que iré. Sin embargo, esta noche no “veré tocar al neurótico” sino a Mario Edison, aquel hombre a quien alguna vez tuve la honra de hacerle feliz, muy feliz. Ahora la serpiente de la percepción se ha alejado y parece que no me volverá a morder.
Copyright 2008 Emilio Sánchez Enterprises, renovado en 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario